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«Cola de supermercado», por Marilinda Guerrero

Elmer muere de un infarto y despierta haciendo cola en un supermercado. Delante de él, miles de personas son separadas por el jefe de personal en distintas cajas de cobro. Observa a su alrededor: se encuentra dentro de una bodega con techo de lámina y de él cuelgan varios ventiladores que giran con fuerza para intentar disminuir el sofocante calor del lugar. Los pasillos están atravesados por mostradores llenos de artículos cuyos nombres no reconoce, cada mostrador tiene siete divisiones horizontales. Le llama la atención la suciedad de los corredores. No cabe duda de que no está en un supermercado de limpieza. Ve su reloj, las agujas están detenidas. Lleva apenas unos minutos y gruesas gotas de sudor corren por su estómago. Se quita la corbata, el saco, quiere ponerlos en su mochila pero recuerda que la dejó en el baúl del carro.

—Nombre completo —le dice el jefe de personal, un ser con una máscara azul oscuro sin abertura para los ojos. El orificio de la boca termina en una especie de tubo cubierto de piel con cicatrices fibrosas.

—Elmer Estuardo Cifuentes Roldán —responde.

El jefe de personal revisa un pesado libro que lleva colgado al cuello.

—Pase a la caja 28, sección de tráfico —señala con un tubo como dedo el sitio hacia donde debe ir.

Los pies de Elmer caminan por los pasillos de mostradores repletos de víveres, licores, medicamentos, películas, libros, golosinas. Ve el rótulo de «Sección de tráfico» justo en el congelador de licores, que en realidad es una puerta que lo lleva a una garganta que se abre y cierra. Elmer camina con cuidado. Del techo mucoso caen gruesas gotas viscosas al suelo. Allí dentro hay una serie de divisiones y cajas de cobro, además de varios seres haciendo fila para ser atendidos. Llega a la caja 28, vacía.

En la pared un rótulo dice:

«Debido a desperfectos en la caja de cobro, favor dirigirse a la sección de velocidad, caja 25»

Elmer camina sobre sus manos hasta llegar a la sección de velocidad, que está más concurrida que la sección anterior. Delante de él va una familia, todos en silencio.

—Disculpe, ¿esta es la cola para la caja 25?

Sí —responden todos a la vez.

La canción «I’m singing in the rain» suena en el ambiente. Elmer trata de recordar.

Estaba dentro del carro en el tráfico, lo había apagado mientras enviaba un mensaje de texto y de pronto sintió un dolor muy fuerte en el pecho. ¿Habría tenido un infarto? Recuerda el desmayo justo cuando un bus de Patzún que iba a toda velocidad se salió de la ruta y lo arrastró varios metros. ¿Acaso él fue el único que había muerto en el accidente?

«A los muertos del accidente no.2657891, rutas Rebuli, Patzún, Chimaltenango, Guatemala, favor dirigirse a la caja número 25, área de tráfico, sección velocidad»

Elmer cambia de postura y se para sobre sus pies. De pronto se rodea de aproximadamente cincuenta personas confundidas hablando en distintos idiomas mayas. La fila aumenta de forma considerable. Lo llaman al celular. Extrañado, contesta:

—¿Aló?

—¡Elmer, qué ondas vos! Voltea a ver a tu derecha —Elmer reconoce a Carlos, excompañero de estudios, que hacía cola hacia la caja 14, área hospitales, sección accidentes insólitos.

—¿Y vos? ¿Qué te pasó? —le responde Elmer a Carlos.

—Me fracturé una pierna y me llevaron de emergencia al hospital San Juan de Dios. Me tomaron radiografías, hicieron exámenes y cuando me llevaban a sala de operaciones, el elevador se desplomó y fui el único muerto. Serví de colchón para el médico residente y la enfermera —responde Carlos.

—Mano, es que las cosas están hechas huevo en Guatemala, ¿verdad? —dice Elmer. Piensa que después de todo su muerte no había sido tan mala.

—Qué pisados, ya estamos muertos, muertos. Ahora a salir de esta cola. Ahí nos vemos, parece que me toca pasar a la entrevista. Bueno verte vos.  

«Señor Elmer Estuardo Cifuentes Roldán, por favor pase a servicio al cliente. Señor Elmer Estuardo Cifuentes Roldán, por favor pase a servicio al cliente»

Elmer sale de la cola para nadar en la saliva de la garganta con pasillos repletos de víveres, licores, medicamentos, películas, libros, golosinas. Llega a la puerta de servicio al cliente, toca.

—Pase adelante —responde una voz ronca, profunda, rasposa.

Cuando entra, detrás de una mesa con largas patas, un ser amorfo de aspecto grotesco, desbordado de sudor, lo observa de arriba hacia abajo, pies a cabeza.

—Siéntese —masculla en medio de la saliva que brota de un orificio gelatinoso, que Elmer asume es la boca.

Elmer se sienta en la minúscula silla destinada para el acusado.

—Usted ha sido enviado a este departamento debido a que hay ciertas anomalías en su muerte. Parece ser que le dio un infarto al miocardio minutos antes de haber causado la muerte de cincuenta personas que iban en el autobús de las rutas Rébuli de Patzún, Chimaltenango, hacia la capital de Guatemala.

—Quisiera hacer una consulta —responde temeroso Elmer.

—Usted aquí no está para consultas —le interrumpe el ser amorfo. —Aquí está para obedecer. El tribunal ha decidido exculparlo de la muerte de estas personas, sin embargo, debe siempre pasar por un proceso de selección para aplicar a la terraza o al sótano del supermercado. Deberá presentarse a la puerta número 198, allí llenará un formulario de aplicación que será sometido al comité de vecinos y ellos determinarán si podrá subir las escaleras o deberá bajarlas. Salga.

Elmer es succionado y escupido en un caldo de piernas, manos, cabellos, sudor, calor. Todos buscan alguna puerta hacia un destino oculto. Dentro de esas aguas, alcanza a divisar el muelle de la puerta 198. Se agarra del asa desplegada solo para los elegidos y abre la puerta. Espera, luego de llenar el formulario, saber si será enviado al ático o al sótano del supermercado.


© Marilinda Guerrero | Del libro de relatos Cuando las flores aprendieron a bailar polca (Los Zopilotes, 2020)

Marilinda Guerrero | Guatemala, 1980

Es titiritera y escritora de literatura fantástica y ficción especulativa. Ha publicado las colecciones Escenarios de un mundo paralelo (2012), Voyager (2015), Cuando las flores aprendieron a bailar polca (2020) y Trampas para bosques (2021). Su obra ha sido reunida en antologías como Contaminación futura, (vol. 4), Cromosoma Splatter e Historias mínimas. Es también fundadora de la revista de ciencia ficción Exocerebros.

Foto de autor: Archivo

Foto de encabezado: Alan Calvert

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