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«El fantasma de Roberto», por Sofía Ramos Wong

¿Valió la pena todo?, se preguntó Roberto.

Su cabeza era un torbellino de emociones entrecruzadas. La agitación del momento le impedía pensar con claridad, hablar o atrapar un pensamiento coherente en la maraña que estaba en el interior de su cabeza, y mucho menos con la mano en su garganta impidiendo su respiración. Estaba concentrado en no perder el ritmo y controlar su ansia, al menos para llegar al clímax junto a Rosie, la mujer que tenía en frente.

No estaba acostumbrado a improvisar, menos en este tipo de situaciones.

Mientras la escultural y curvilínea mujer se movía de maneras inimaginables, hizo un recuento de cómo había terminado en ese lugar. A pesar de su disgusto por la zona estaba dispuesto a obviar todo con tal de obtener lo que quería: saciar sus ganas carnales, no importaba dónde, ni cómo o con quién. Había estado alejado del mundo del romance después de la desaparición de quien llamó «la mejor mujer que había conocido» y recién ahora se había armado de valor para volver a intentarlo; sin embargo, no quería dejar que la mujer descubriera que solo con unos pequeños movimientos él estaba listo para terminar. En su cabeza era mal visto que un hombre, dotado como lo había sido por naturaleza, no tuviese un desempeño adecuado. Eso lo aprendió viendo pornografía desde los 10 años. «A las mujeres les gusta que las penetren por largo rato», pensó, y esa misma frase comenzó a atormentarlo a medida que sentía la cosquilla en la planta de sus pies que antecede a la eyaculación.

Rosie aumentó la velocidad del movimiento de su pelvis, arqueó la espalda y colocó una de sus manos entremedio de las piernas de Roberto para jalar los erizados vellos de su pubis.

Al inicio de la cita le dijo que le gustaría sentir un placer único que lo hiciera olvidar todo. Ella le guiñó un ojo con picardía, prometiéndole una noche inolvidable mientras Roberto apreciaba cómo los pezones de la mujer se marcaban por sobre la polera de la banda AC/DC.

Roberto sabía que le quedaba poco tiempo con esta ardiente e inagotable compañía, por lo que decidió tomar cartas en el asunto y pensar en algo más que en el extremo placer en el cual se encontraba.

***

Siempre dijo que Rena era la mujer de sus sueños. Desde que la vio se enamoró de sus facciones y su perfecta silueta. Tenía unos muslos firmes, labios prominentes y una sonrisa encantadora. Se vieron por primera vez en la Exponor 20/90 de Antofagasta mientras paseaba por entremedio del pasillo de ingeniería robótica. La exótica anfitriona del stand dedicado a los androides de última generación, vestida con una ajustada blusa de cuello, corbata, una falda de tubo negra y tacones del mismo color, era el centro de atención.

Rena, con un exquisito acento español, seducía a cuanto hombre pasara por fuera del stand, entre ellos Roberto, quien se acercó para realizar algunas consultas sobre un tema que en realidad no le interesaba. Sabía que podría obtener algo entablando una sola conversación, estaba seguro de sí mismo, aunque sus manos sudaban tanto que las frotaba sobre la tela de sus jeans bajo la pretina para secarlas. No había intentado coquetear con una mujer desde su separación, aquel matrimonio fallido que le costó años de recuperación, sin mencionar la ridícula suma de dinero para terminar en buenos términos.

Bastó una simple pregunta sobre el modelo ARH-320, el asistente androide más realista que se había construido hasta la fecha, para que la mujer quedara prendada de su forma de expresarse y sus intensos ojos café, o al menos eso fue lo que creía. Intercambiaron tarjetas de presentación y luego abandonó el stand para continuar la peregrinación por la gran exhibición internacional de tecnologías e innovaciones para la industria minera y energética; el lugar donde se negociaban la mayor parte de las carteras de proyectos de la región y del país, tratos firmados mayormente en las mesas de los food trucks.

Las diez extensas cuadras de todo tipo de implementos, inventos y maquinarias no pudieron llamarle la atención tanto como lo hizo la anfitriona del stand C-13.

Armado de valor, abrochó el botón de su camisa cuadrillé con el logo de su empresa, acomodó su cinturón, la identificación en el cuello y emprendió rumbo al pabellón Copper. Como lo esperaba, cerca de una treintena de personas se aglomeraron en el lugar para observar las nuevas tecnologías que la compañía de origen española-japonesa Realistica Inc. tenía para ofrecer, muchos de ellos solo interesados en su expositora, quien se encontraba dando la charla de rigor mediante el uso de hologramas y proyecciones espaciales.

Roberto esperó con calma al fin de la presentación, momento en que la mayor parte de los curiosos comenzaron a disipar, observó con disimulo la tarjeta que le había entregado la mujer con anterioridad, en donde apreció su nombre impreso con letras brillantes en un fondo blanco: Rena. Se acercó controlando sus pasos, como un animal salvaje acechando a su presa. Con lentitud llegó hasta el extremo opuesto y se quedó estático, con su mirada fija en la pantalla hasta que escuchó el sonido de los tacones retumbar. Sonrió en el momento en que escuchó la voz de Rena, quien al llegar a su lado con amabilidad y simpatía le recalcó el hecho de que había vuelto. La vida le estaba sonriendo.

Luego de un breve intercambio de palabras y un simulacro de movimientos galantes, Rena aceptó en ir a algún lugar con él, solo si el supervisor a cargo la autorizaba, caminó hacia el interior del stand en donde una mujer delgada, de gruesas gafas, vestida con un traje azul y zapatos de charol con taco, estaba sentada frente a una estación cubierta por cuatro grandes pantallas táctiles. Su cabello caía por los costados de su rosto, dándole un aire de misterio a su persona. Rena permaneció recta y con las manos en la espalda en todo momento mientras cruzaban palabras. Roberto pudo apreciar con claridad la base del cuello, en donde los cabellos que el moño no alcanzó a sujetar caían como disimuladas cascadas, cubriendo parcialmente un tatuaje numérico. La mujer, por su parte, lo observaba con desconfianza y suspicacia. Bajó la cabeza tecleando con fuerza suficiente como para ser escuchado a gran distancia hasta que la Rena hizo una leve reverencia, giró y caminó en dirección a Roberto, quien la esperaba con una notoria sonrisa.

Con cada palabra que Rena pronunciaba, Roberto quedaba más encantado. ¿Cómo era posible? Nunca le había sucedido, ni siquiera con su exesposa había sentido lo mismo, ¿Qué significaba eso? Pensó.

Dos citas bastaron para que dejara atrás su miedo y saciara sus ganas de besar a la misteriosa mujer, que resultó ser no solo la anfitriona de Realistica Inc., sino también una dama de negocios, cosmopolita e inteligente. Había algo en ella, distinto a todas las demás que había conocido, comenzando por la forma de hablar, la claridad de sus pensamientos, ideas y acciones, sin mencionar su escultural y bien proporcionado cuerpo. Roberto estaba hipnotizado, más allá de su entendimiento, y lo quedó aún más la noche en que aquella mujer lo invitó a la habitación del hotel en donde se estaba alojando.

***

Rosie gemía sin parar y a cada minuto sus manos rasgaban con mayor fuerza la piel de Roberto, hiriéndola en un acto de erótico salvajismo. No quería parar, tampoco lo iba a hacer. Observaba el rostro extasiado de su compañero, con su mirada perdida en el techo y sus manos inmóviles siguiendo el movimiento de su pelvis montarlo sin cesar. Él, por su parte, no lo quería reconocer, pero lo estaba pasando como nunca. El aroma que expelía la piel de Rosie lo embriagaba más que sus besos fuertes. Su lengua era una serpiente cazando a su presa, enroscándolo hasta asfixiarlo y luego engullirlo, terminando en un gemido disimulado al morder sus labios.

La mujer acomodó su cuerpo hasta sentarlo. Roberto sintió el sudor que bajaba por sus proporcionados senos al presionarlos con su pecho velludo. Rosie aprovechó de cruzar sus brazos en un intenso abrazo, sus manos se convirtieron en las espinas de una rosa, enroscándose por su espalda y clavando sus uñas en la piel hasta romperla. De pronto lo empujó hasta dejarlo estirado en la cama, se levantó y llevó su boca hacia su entrepierna, recorriendo el camino con su lengua hasta llegar a donde quería. Roberto, sin cerrar los ojos, navegaba en sus pensamientos. Creyó aguantar su respiración para prolongar el clímax.

***

La segunda cita, luego de compartir un trago en un pub, caminaron por la costanera hasta el hotel en donde se hospedaba.

Una de las noches más intensas de su vida la vivió aquella jornada, que comenzó con el beso que Roberto sin planificar encausó en los labios de su acompañante, impulsado por el alcohol en su cuerpo. Ni antes ni después, sentiría con la misma intensidad y agrado el extraño aroma de mezclas metálicas y plásticas con flores que expelía la mujer. La incomparable sesión de sexo tuvo un sabor dulce amargo y el cigarro en el balcón hacia la bahía se convirtió en el trago de la copa rota. Sabía de sobremanera que todo lo que sentía debía tomarlo como una aventura pasajera, pues la estancia de Rena en la ciudad ya estaba en cuenta regresiva y en solo unas horas tomaría su vuelo de vuelta a España.

Los minutos transcurrían como si fueran segundos. No quería aceptar que aquella despampanante mujer se alejaría de su vida, quizás para siempre. Eso lo mantuvo en vela hasta altas horas de la madrugada.

Al día siguiente, cuando el sol recién se asomaba, Roberto abrió los ojos con preocupación. Estaba solo en la cama y no había nadie a su alrededor. Su sorpresa fue mayor al ver a Rena, vestida solo en la parte superior, con el pelo perfectamente tomado, sentada en la silla del balcón en medio de una videoconferencia. Parecía uno más de los androides que su compañía ofrecía, sus facciones en perfecta armonía con su falta de expresiones, su rostro sin marcas o gestos. Acomodó su cuerpo para apreciar de mejor manera la silueta de la mujer mientras recuperaba por completo su consciencia, la que fue interrumpida por el sonido de su teléfono. Con un agitado y torpe movimiento, se levantó de la cama y corrió hacia el sillón, en donde estaba su pantalón, registró los bolsillos hasta encontrar su móvil. Sin querer pasó su dedo por sobre el sensor del aparato y de inmediato el holograma de su jefe apareció en frente. Rena ni siquiera se inmutó por el ruido provocado y continuó inmersa en su reunión.

Quince minutos después la mujer volvió a entrar en la habitación. Roberto ya estaba vestido y arreglado para salir del lugar.

—¿Qué tal estuvo tu reunión? —preguntó Roberto, casi sin ganas y por mera formalidad.

Rena quedó contemplativa, luego lo observó con seriedad.

—Mi superior quiere establecer una base en esta ciudad. Los interesados en contar con nuestros servicios son muchos, no solo acá, sino a nivel nacional —respondió ella, caminando hacia el ropero, de donde sacó un pantalón negro—. Al parecer me quedaré más tiempo del que tenía planificado.

Roberto no supo esconder su alegría al escucharla. Su corazón se aceleró y una sonrisa se dibujó en su rostro, mientras Rena terminaba de acomodar su vestimenta. Sin saberlo, había iniciado el camino hacia su autodestrucción.

Los meses junto a ella parecían todas lunas de miel, a pesar de su constante lucha para acostumbrarse a su particular dualidad. Algunos días era dulce y atenta, mientras que en otros era indiferente y fría. La rectitud y la arrogancia eran dos características que rebotaban en su cabeza con frecuencia, al igual que la brutal honestidad con la que se expresaba. A pesar de no estar acostumbrado a los golpes ni a los rasguños, quiso lidiar con ello, puesto que Rena podía descontrolarse cuando discutían, dando rienda suelta a su impulsividad.

Una noche, mientras hablaban sobre tener hijos, la mujer se negó en repetidas ocasiones, provocando molestia en Roberto. Al no poder convencerla comenzó a elevar el tono de la conversación hasta llevar a Rena al límite de su tolerancia, quien lanzó una cachetada hacia su rostro sin mediar consecuencias. El hombre la observó perplejo y mucho más en el momento en que ella se abalanzó rasguñándolo por todo su torso. Sin saber cómo actuar, lo único que se le ocurrió fue defenderse y empujarla hacia un lado. En un acto de desesperación y con la intención de zafarse de sus brazos empujó a la delgada mujer con sus piernas, saliendo expulsada hacia la pared. La acalorada discusión, que dejó varios mechones de ambos en el piso, terminó en un apasionado beso y una noche de sexo salvaje. Rena podía ser agresiva, fría y calculadora, pero de algo estaba seguro: era la mejor mujer con la que había estado y no le mentiría nunca. Su amor era mucho más grande de lo que le gustaría reconocer.

Con frecuencia solía cuestionarse sobre el porqué estaba tan encantado con aquella mujer que no parecía ser humana, aun cuando su carisma era indudable, pero luego observaba la silueta de Rena al vestirse o al cambiar su vestimenta y todas las dudas desaparecían, después de todo estaba claro que lo que más le atraía era su físico. Era su propio trofeo, un pensamiento reforzado cada vez que acudían a cenas o eventos del lugar en donde trabajaba y la mayor parte de sus amigos la llenaban de halagos. Disfrutaba caminar a su lado sabiendo que todos los observaban.

Pero el tiempo transcurría y Roberto se sentía en el mismo lugar que cuando la conoció. Estaba seguro de lo que tenía y no quería que las cosas cambiaran; sin embargo, con los años la rutina diaria, que al inicio era atractiva, se convirtió en aburridas y forzadas conversaciones. Comenzó así a idear formas de llamar su atención, aunque no fuese necesario.

Cada oportunidad de romance, escapes fuera de la ciudad e instancias para compartir, a Rena parecía no interesarle. A pesar de que su conversación era fluida, era como si no estuviese realmente allí, sino hasta el momento en que la seducción pasaba a segundo plano y comenzaba el juego del erotismo que terminaba en el acto carnal. Rena sabía guiar a Roberto por la montaña rusa de emociones a la perfección. Estaba consciente de lo que provocaba en el hombre y utilizaba todo su encanto para mantener su atención, haciéndolo terminar incluso más rápido de lo que esperaba. Disfrutaba demasiado como sus manos apretaban más fuerte sus muslos justo antes de la eyaculación y por el mismo motivo guiaba el sexo solo hacia ese breve momento, sin importarle mucho el resto.

Roberto se esmeraba por demostrar un buen desempeño, no solo en el acto sexual, sino también en el juego previo a este. Quería llamar la atención de su compañera, aunque siempre en vano, hasta el punto de sentirse como un bufón y esconderse en el alcohol.

Una de las tantas noches en las que se encontraba bebiendo y fumando, se le ocurrió poner a prueba el amor que se tenían. Rena lo había visto ebrio otras veces, pero nunca le importó en realidad. Aquella noche, Roberto, se acostó al lado de la mujer haciendo gran ruido y movimientos bruscos, pero contrario a eso solo recibió una sonrisa condescendiente y un beso en su mejilla con el deseo de una buena noche. Molesto, tomó del brazo a Rena con agresividad para despertarla y decirle todo lo que su corazón había guardado durante ese tiempo, palabras frustradas que mezclaban la rabia que sentía junto con el intenso amor, sin pensar que su mente lo traicionaría sin poder dar vuelta atrás.

—Pareciera que a ti no te importa nada de esto. Eres igual que esos robots que vendes en la compañía. Si es así es mejor que terminemos esto de una vez por todas, yo no sé qué hacer para tener tu atención —alcanzó a decir Roberto antes de que un hielo recorriera su espalda.

Rena lo observó sin decir una palabra. Luego lanzó la frase «estás ebrio», volteó y se acomodó para continuar descansando, dándole la espalda al hombre, quien se levantó de la cama confundido e insatisfecho por el berrinche que había hecho. Se acomodó en el sillón para acabar de bajar tres vasos del más ardiente alcohol y dormir el resto de lo que quedaba de la noche. Los recuerdos siguientes fueron todos confusos y movedizos.

Cuando abrió sus ojos ya era de día. Dio un vistazo por la ventana y calculó la hora solo por el color del cielo; no debían ser más de las diez de la mañana. En el instante en que se inclinó para buscar su móvil, un intenso dolor se acomodó en su cabeza impidiéndole pensar con claridad. El sepulcral silencio en el lugar lo puso nervioso. Miró al piso y observó unos manchones de sangre en la alfombra, la mesa estaba quebrada al igual que el vaso y la botella de alcohol vacía. De manera inconsciente llevó las manos a su cara pasándola por todas sus cuencas. Aún estaba sangrando de la nariz. Se levantó y caminó con dificultad, tambaleándose entremedio del desorden de la sala. «¿Qué diablos pasó acá?», pensó mientras se dirigía al baño. El espejo quebrado le entregó la peor imagen que tenía de él: un hombre con una barba a medio crecer, despeinado, con un ojo en tinta, el labio hinchado y la nariz inflamada, la sangre aún brotaba de una de sus fosas. Buscó con afán el papel higiénico, luego abrió la llave del agua, juntó un poco y la llevó a su rostro. No entendía cómo había quedado en ese estado sin recordar nada. Llamó a Rena en tres ocasiones, pero no hubo quien respondiera. Secó sus manos en la pequeña toalla y con su cara humedecida caminó hacia el dormitorio. La cama estaba tendida. Volvió a la sala para dirigirse a la cocina y al resto del departamento. No había rastro de la mujer.

Confundido, tomó el móvil para intentar ubicarla, pero la grabación le informó que el cliente estaba fuera de la red.

***

Rosie gimió fuerte e hizo volver a Roberto al presente por un breve instante, quien también soltó un quejido de placer. Las cosquillas comenzaron a aparecer con disimulo por todo su cuerpo y avanzaron con rapidez, propagándose como si se tratara de un golpe eléctrico. Sentía que en cualquier momento acabaría.

En un esfuerzo por mantenerse aún en el juego, intentó tomar a la mujer por sus caderas para levantarla y cambiar de posición, en una que le resultara lo suficientemente incómoda como para poder seguir disfrutando, sin poder lograrlo. Por fortuna Rosie se acomodó hasta quedar de lado y continuó moviendo su pelvis de adelante hacia atrás en repetidas ocasiones. Roberto era solo un muñeco para ella. Tuvo un pensamiento ligero casi como un flash: ¿cómo se vería en ese momento? ¿Sería como los actores de las películas pornográficas que veía con frecuencia?

Por largos minutos aguantaron aquella posición, hasta que la mujer detuvo la acción y volvió a montarlo. Esta vez el golpe de sus glúteos en los muslos sonaba cuales aplausos. Rosie mantenía su cabeza erguida y mirando al cielo. Roberto, por su parte, permanecía estirado con la intención de no terminar hasta que su compañera lo hiciera. De pronto sintió cómo las manos de la mujer se situaron de nuevo en su garganta. La presión le hizo creer que en cualquier momento su cabeza explotaría, como aquella vez en que no encontró a Rena.

***

Roberto buscó por horas a su amada, sin hallarla por ningún lado. Su móvil aparecía desconectado de la red y no había rastro de ella. Su ropa no estaba y desde la compañía se negaban a entregar la información que estaba buscando. Parecía como si se la hubiese tragado la tierra.

Repetía en su cabeza la última noche una y otra vez, queriendo encontrar alguna pista que le indicara lo que había sucedido. Era claro que al encontrarse con aquel reclamo Rena tomó sus cosas y se fue, pero ¿y el desorden? ¿Habría tomado más de la cuenta, tanto como para hacer algo indebido sin recordarlo? O algo peor ¿habría tenido un encuentro más violento? El tormento de su ausencia era mucho menor que la duda de saber si la lastimó. Su mente estaba en una caída libre.

Una vez que ordenó la sala se dispuso a observar las grabaciones de las cámaras de seguridad de su departamento. En sus diez años en ese lugar nunca había siquiera sacado la información del disco duro para respaldar, tampoco le importaba. La posición estratégica de las cámaras le permitió observar con detalle la sala, el pasillo y la cocina, excepto el dormitorio, cuyo aparato estaba desconectado. Sacó un cigarro, luego otro y así hasta completar doce. La pantalla solo mostraba a aquel hombre solitario bebiendo en el sofá de la sala y fumando. Adelantó hacia la hora que creía había sucedido todo. Se vio levantarse del sillón y caminar hacia la habitación con paso desequilibrado. Reconoció verse patético, como aquellos borrachos que pedían monedas en la calle y que despreciaba con toda su alma.

Media hora después salió y se sentó en el mismo lugar. Sirvió el licor de la botella y prendió otro cigarro. La tónica fue la misma por horas hasta que observó cómo comenzaba a perder la noción. Mantenía sus ojos alerta, dando fuertes aspiradas al cigarro con la intención de que la nicotina llegara a lo más profundo de sus pulmones. Cuando el reloj marcaba las 06:34 de la madrugada se volvió a levantar. Sus movimientos denotaban claros signos de emborrachamiento. Dio un par de pasos y cayó de bruces, golpeando la mesa y los vasos.

De pronto la puerta de la calle se abrió con lentitud y una delgada silueta se asomó. Rena, vestida muy formal, hacía su entrada observando con sorpresa todo el escenario que estaba frente a sus ojos. Nunca la había visto con aquellas gruesas gafas que traía en la grabación, le recordaba a alguien que no pudo recordar. La mujer caminó de puntillas entremedio del desorden, colocando su cabello tras la oreja para no entorpecer su vista. Se agachó con delicadeza y acarició el rostro del hombre, inconsciente. Lo dejó en el mismo lugar y se dirigió a la habitación. Roberto estaba confundido. Recordaba haber enfrentado a Rena en el dormitorio, pero ella recién había entrado a la casa. Todas las preguntas que cruzaron por su cabeza quedaron inconclusas al ver la siguiente imagen: dos Renas saliendo de la habitación, una con ropa formal y la otra con pijamas. Ambas recogieron a Roberto y lo dejaron en el sillón. Luego la Rena de pijamas quedó recta, parecía un verdadero robot, mientras la Rena de ropa formal comenzó a desnudarse y colocarse en posición de tener sexo con el hombre.

No podía procesar todo lo que estaba vivenciando. En las imágenes veía a la mujer moverse de manera exagerada sobre sus piernas, extasiada con la sangre que brotaba desde su nariz, que se mezclaba con el sudor de sus cuerpos, mientras la otra Rena permanecía quieta al lado, en stand by. Una vez terminada la sesión, la mujer, aún desnuda, se dirigió al baño y volvió con su pelo tomado, se vistió, acomodó con delicadeza los lentes sobre su nariz y dio una orden de manos a la otra Rena. Juntas abandonaron el departamento.

Su cabeza explotó en miles de inimaginables maneras en un solo minuto. ¿Qué había sido todo eso? Aún perplejo por lo que acababa de ver comenzó a revisar el resto de los archivos de las grabaciones al azar. No tenía claridad de nada, tampoco sabía lo que estaba buscando. Durante semanas se encerró en su hogar frente a la pantalla, olvidándose del mundo, de los amigos y de su trabajo. Las llamadas perdidas de su jefatura no parecían más importantes que apretar el botón de rebobinar, adelantar y pausa. Necesitaba saciar sus dudas.

Siempre supo que había algo extraño en Rena, aunque nunca quiso aceptarlo porque bajarla del altar significaba convertirla en un ser humano. Fue difícil y complicado aprender a convivir con su forma de ser tan distinta durante los días. Ahora calzaban las piezas del rompecabezas. Había estado conviviendo con una persona y un androide. Eso explicaba los cambios de humor y comportamiento casi autómata que tenía a ratos. No lo quería creer. Recordó una escena en particular, hacía tres meses. Estaban teniendo sexo cuando quiso llevar el juego hacia otro lado. Comenzó a besar sus senos, siguió por el abdomen y el ombligo hasta llegar a su entrepierna, donde observó el peculiar tatuaje al interior de su muslo que decía «Made in the U.S.A.». Rena siempre mantuvo la afirmación de que era una marca de nacimiento, provocando la risa en Roberto al encontrarlo ingenioso. Ahora se sentía estúpido.

Devastado, se alejó del mundo. Durante los días observaba con obsesión las grabaciones de las cámaras de seguridad, poniendo atención en cada detalle, aunque fuese pixelado, y en las noches diluía su desilusión amorosa en el alcohol en el mismo sofá, con una clara y autodestructiva intención. No quería asumir que había sido engañado con maestría, aunque entre su resentimiento y su orgullo lloraba por haber perdido a la mejor mujer que había conocido, como solía decirle, y no tendría forma de pedirle explicaciones.

Las alucinaciones se hicieron cada vez más frecuentes. Fue absorbido por su realidad alternativa, en la que nada había pasado y donde todo continuaba de la misma manera. La seguía escuchando en el baño, recostada en la cama del dormitorio o acompañándolo en el balcón, pero al girar su cabeza solo estaba la soledad. Cuestionaba cada momento vivido: ¿había dejado de amarla por ser un androide? ¿Cuándo había sido Rena y cuándo no? Y la pregunta principal que lo atormentaba día y noche: ¿de quién se había enamorado?

Eso lo llevó a perder la cabeza un rojo atardecer cuando golpeó con sus reflejos la ventana, tiñendo del mismo color la sala de estar. Arrojó por la borda la poca cordura que le quedaba y golpeó cada pared de su apartamento, botó cuanto mueble se atravesó por su camino y quebró todo cristal que encontró. Gritaba enfurecido, fuera de sí, jalaba su cabello con la fuerza suficiente para arrancarlo de raíz, provocando la salida de sangre en el proceso. Finalmente había enloquecido.

Fue encontrado por su hermana al día siguiente, alertada por los vecinos que habían escuchado el caótico espectáculo. La dantesca imagen fue difícil de olvidar. Estaba tirado en el piso rodeado de un lago rojo, inconsciente, maltrecho y con hálito alcohólico. Tenía la piel de las manos lacerada y sin uñas en algunos dedos.

Ni siquiera la estadía inicial en la clínica contuvo sus impulsos de volver a su departamento. Tenía la vaga idea de que, al llegar, la encontraría sentada en el sofá o recostada en la cama. Incluso se levantó de su camilla, desconectó los cables de sus brazos y caminó decidido con la intención de salir del lugar. Tres enfermeros se requirieron para poder sujetarlo. Estaba ido y solo gritaba el nombre de su amada Daria. 

—¡Basta, amigo! ¡Ella no existe! —exclamó uno de los hombres.

Las palabras rebotaron en su cabeza como una pelota plástica en el piso y dio justo en el medio de su inconsciencia. Ella sí existía, pero se había separado de él hacía años, su primer amor, su esposa y confidente, aquella que le había roto el corazón. El recuerdo de la más hermosa mujer del mundo y su enfermiza idealización comenzó a resquebrajarse frente a sus ojos. Roberto juraba haberla visto de pie bajo la puerta de entrada a la sala del hospital, despidiéndose como solía hacerlo: besando su mano y soplando hacia adelante. Sus piernas flaquearon y se perdió en un mar de llanto incontrolable. Todo lo que había tenido ahora se había esfumado, y no habría forma de volver.

Dos semanas después, Roberto estaba de vuelta en su departamento, ordenado, distinto a como lo había dejado aquella noche. Su hermana se preocupó de la limpieza. Él comenzó a cortar sus brazos con afilados cuchillos para sentir algo distinto a la tristeza. Volvió a refugiarse en el alcohol y en el llanto, sin ver la luz del sol por meses, hasta que de a poco los días fueron tomando nuevos colores, alentándolo a reintegrarse a la vida.

Nunca pensó que tendría la fuerza para volver a salir con alguien. Un día solo tomó su móvil y buscó en la aplicación de citas a la mujer correcta.

***

Roberto creyó gemir entremedio de un «sí», coincidiendo con la electricidad final que antecede al momento en que un hombre acaba. Sintió sus dientes apretados y sus músculos contraerse sin retorno. Rosie, por su lado, aún no estaba lista, pero él estaba muy agotado como para detenerla. Continuó moviéndose con fuerza y ansiedad. Cuando al fin se detuvo, temblando por los constantes orgasmos ocurridos en su cuerpo, dirigió su mirada hacia Roberto, quien mantenía sus ojos apagados y perdidos, abiertos, admirando a aquella voluptuosa mujer con una sonrisa vacía en su rostro. Ella no se inmutó. Estaba acostumbrada a aquella particular expresión, puesto que no era la primera vez que tenía sexo con un cadáver.

El placer experimentado por Roberto fue inigualable, ni siquiera comparable con lo que sintió con Rena. Rosie cumplió con lo prometido.

Las últimas preguntas recorrieron su mente: ¿en qué momento había muerto? ¿O siempre lo había estado? ¿Valió la pena todo? A pesar de que tenía la respuesta atorada en su garganta, no pudo hacer nada y dejó escapar su vida en las manos de aquella mujer. Ahora él era solo un recuerdo más. Al menos lo sacudieron toda la noche.


© Sofía Ramos Wong | De la antología Rapsodia, cuentos inspirados en canciones de rock (Textualmente Activas, 2022)

Sofía Ramos Wong | Chile, 1982

Nació en Calama y reside en Antofagasta. Es autora de las novelas Aline (2018), Proyecto Sinvir (2019), Calama zombi: El oasis de los olvidados (2022) y Laberinto de mariposas nocturnas (2023). También forma parte de antologías de cuento como Antofagasta en 100 palabras (2019), Cyberpunk (2021) y Carnívoras (2022).

Foto: Archivo

Foto de encabezado: Emiliano Vittoriosi

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