Estamos horriblemente solos, me dijo, apoyado en el marco de la puerta. No entendí que me abandonaba hasta varios días después. No me enojé con él hasta hace algunas horas. Bastante bien me defendí para lo poco que me enseñó a hacerlo. Esteban se hacía cargo de todo y yo me limitaba a estar atenta, como si eso fuera realmente una tarea. Si al principio eso se justificó porque yo era muy chica, luego no tuvo más sentido que el de dejarle a Esteban el lugar de protector indiscutido. Igual, no es todo su culpa, yo tampoco creí que podía defenderme sola. Ahora que lo pienso, en el último tiempo, desde que Esteban no está, aprendí más cosas que en todos estos años, o al menos las entendí. De todos modos, no me va a servir de mucho, sé que queda poco tiempo, un poco más, un poco menos, depende de qué decisión tome ahora. No puedo recordar qué decía ese folleto ridículo, que prendimos fuego como todo lo demás (había que hacerlo para ahuyentarlos a veces), ni tampoco qué decía Esteban, que a veces parecía que me hablaba a mí, pero lo hacía para sí mismo.
Cuando hay una parte enferma hay que sacar todo. Esa es la frase que más me suena. Pero bien podría ser que solo hay que sacar la parte. Conservar todo lo que se pueda lo sano para que la sangre circule y se mantenga vivo lo demás. Pero la carne enferma rápido, y veo cómo se va poniendo blanda, tal vez un poco viscosa. Me hace pensar en los veranos y las cerezas; cuando me tocaba una podrida, antes de quejarme para que me dieran otra, me quedaba mirándola y metía el dedo en la parte más oscura. Me producía asco, pero también un poco de fascinación, me quedaba el mal olor en las manos por varias horas. También ahora tuve el impulso de meter el dedo, pero sé que se contagiaría al instante, y perdería la otra mano, la mano con la que puedo sacar una parte, o todo.
No puedo recordar. Si estuviera Esteban, él sabría qué hacer. Estamos horriblemente solos, me dijo, recortado por la luz del fondo en el marco de la puerta. Lo sigo viendo como en una película; la escena a veces hasta tiene música. Hurt, de Johnny Cash, y el pelo de Esteban se mueve despacio con la corriente de aire que se forma al tener abierta la puerta. Si presentí que no iba a volver no sé por qué no le dije nada, por qué no le rogué que se quedara. Es que nunca le tuve que pedir nada, él solo se acercó a mí esa vez, desde la que no nos separamos hasta ahora. Y yo era muy chica, es verdad, pero algo me creció adentro muy rápido y Esteban trató de contenerlo todo lo que pudo. Mi protector y mi amor, esas fantasías no se fueron sino hasta las últimas horas, cuando me fui enojando con él. Pienso, ahora, que en todos estos años no lo había hecho, sí caprichos, berrinches, escenas que le montaba para tener su atención, para no aburrirme. Pero ahora llegué al enojo de imaginarme pegándole un tiro en la pierna para que se desangre, por ejemplo, y él pidiéndome por favor que lo mate de una vez. Es que no estábamos horriblemente solos hasta que se fue, hasta que me dijo eso apoyado en el marco de la puerta y se metió entre los árboles.
Desde que llegamos acá nunca salí sola. O Esteban no me dejaba, al principio, o yo no me animaba; se forjó la costumbre de que yo jamás salía sola. Una noche me dijo que en el caso de tener que hacerlo por una emergencia, por algo que me obligaba a salir de ahí sí o sí, no lo hiciera si no era con un arma. Yo pensé en qué emergencia. Un incendio, porque muchas noches soñaba con eso, y mientras Esteban seguía hablando yo me puse a pensar en lo absurdo que era creer que con todo prendido fuego yo iba a poder encontrar la pistola o llegar a agarrar un cuchillo, antes de salir. Esteban interpretó que me angustiaba la conversación y quiso cambiar de tema; yo me quedé mirándolo fijo, mientras pensaba por qué él siempre tenía escondida la pistola y si la hachita que usábamos para cortar leña contaba como arma.
De la hachita me estoy acordando también porque si supiera dónde la dejó, y me decidiera a cortar todo en vez de una parte, sería ideal. Con un cuchillo tendría que serruchar. Con el hacha sé que no tendría fuerzas suficientes para hacerlo de un solo golpe, sobre todo porque el brazo enfermo es el bueno, pero tendría más chances de hacer un corte limpio y no morir desangrada. De todas las muertes posibles me parece de las más horribles. Hicimos una lista con Esteban: desangrada, quemada, enferma. Esas tres fueron las muertes que encabezaron la lista de las indeseables, en ese orden. Hicimos otra de las que preferíamos y ahí Esteban puso la del tiro, en el corazón, porque lo estalla al instante y es bastante rápida. En la cara se puede fallar y quedás peor que si te enfermás. Si tuviera la pistola creo que ni lo intentaría con el hacha, ya está, sin Esteban no quiero. Aunque en la lista mi preferida era con pastillas, de dónde saco pastillas, es más fácil salir y buscar su cuerpo, a ver si el arma está por ahí.
Me pregunto si se animó a disparar en el corazón, si tuvo el valor de apoyar la boca de la pistola en el pecho y sentir el latido y apretar el gatillo. No es mover el dedo y listo; una vez quiso enseñarme y desistió rápido, entre otras cosas porque yo me quejaba de no tener la fuerza suficiente. Eso me consuela un poco, aunque tuviera la pistola ahora, no estoy segura de si sabría usarla. Tuvo que habérsela llevado. Porque sé que fue un tiro, porque escuché el ruido al anochecer de ese día y la pistola no apareció más. Y si no se pegó un tiro qué hace todavía ahí afuera entre los árboles.
Ahora mucho no importa. Si Esteban no hubiera sido tan cobarde de llevarse la pistola y dejarme sola. Un cuchillo en las venas, no, dije que no me quería desangrar. Tal vez salir y ver qué pasa. Si llegara al río, porque creo recordar que hay uno más allá de los árboles, podría tirarme y dejarme arrastrar por la corriente. Ahogarse puede ser una muerte aceptable si me lo tomo con calma, sumergirme junto a los peces marrones que tantas veces me comí; ellos harían luego eso conmigo. Quizá en el camino me cruce con el cuerpo de Esteban, bastante podrido ya, y con mucha suerte la pistola todavía esté por ahí. Quizá Esteban me puso a prueba y el ruido que escuché fue un tiro al aire, y él está esperándome hace días allá afuera. Y si me animo a salir él va a estar orgulloso de mí, me va a decir que todos estos años no me enseñó nada porque me estaba preparando para este momento. No me enseñó nada directamente, pero cuánto aprendí todo este tiempo, tanto que finalmente estoy preparada para salir. Lástima que no pensó en que podía enfermarme cuando él no estuviera, me enoja eso. Pero si me apuro y lo encuentro, él va a saber si cortar todo o solo la parte. Hasta tal vez tenga la hachita. Tal vez se haya llevado la pistola y el hacha, me haya dejado sola sin nada para enseñarme. Para enseñarme a estar horriblemente sola y yo aprender que puedo salir y encontrarlo.
Y yo sigo sin poder decidir si sacar todo o la parte. Casi puedo ver cómo la carne enferma va enfermando al resto. Parece una pulpa, que es un gusano, que va engordando. Ese es mi brazo ahora, y será una oruga gigante en poco más. Es de un marrón que no había visto nunca, que me hace pensar en las cerezas. Y me enojo otra vez, porque ahora estoy sola y enferma, y seguramente lo mejor sea cortar todo.
© Lucía Vazquez | Relato inédito

Lucía Vazquez | Argentina, 1983
Es docente e investigadora. Ha publicado cuentos en las antologías Futuro imperfecto (2019) y Antología 2022 (2023), y diversos artículos acerca del cine y la ciencia ficción de su país en revistas especializadas. Conduce y produce Monstcast, un podcast sobre monstruos. Participó en el libro colectivo Caminan entre nosotros (2019) y publicó en 2023 la novela distópica Entonces eso es todo.
Foto: Gabriel Margiotta
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