Milenios en el futuro hay una exposición que está presente de manera simultánea en los museos de Cebú, Roma, Singapur y cada ciudad-estado que aún existe.
Por el módico precio de un año de tu vida, puedes ver una muestra especial y observar el infinito con tus propios ojos.
Hay una grieta en el Espacio y el Tiempo tan fina que el ojo humano no puede verla sin usar cámaras oscuras especiales. Más allá de la oscuridad de la abertura se encuentra la imagen de un agujero en el universo, en el que un antiguo astronauta, de origen desconocido, parece caer sin cesar.
¿Es el astronauta un hombre, una mujer o quizás algo más? ¿Es anciano o joven? ¿De dónde vino el astronauta? Nadie lo sabe, al menos ya no. Lo único en lo que los eruditos y expertos parecen coincidir es en esto: debido a la dilatación del tiempo en los viajes espaciales, el astronauta ya debe estar muerto.
Pero los expertos y los eruditos se equivocan. En lo alto de cada muralla donde las cámaras oscuras interestelares proyectan imágenes enigmáticas, hay un antiguo letrero de bronce que indica: «El universo es un libro. Aquellos que no saben leer no podrán viajar más allá de sus límites». El original aún se conserva en el antiguo Museo de Manila.
Según la leyenda local, este letrero fue un regalo de una archivista-astrónomo de Quiapo, caída en desgracia. Un día, mientras utilizaba una cámara oscura, una estrella en la vecindad galáctica se convirtió en nova. La imagen cambió momentáneamente y ella notó que el astronauta, en realidad, sujetaba un libro. Además, el astronauta no caía en el espacio, sino que se desplazaba por lo que aparentaba ser una biblioteca infinita. Más allá del valle de la sombra de la muerte, oyó una fugaz antífona y, por un brevísimo instante, su alma comenzó a cantar.
Pero la imagen retrocedió rápidamente, demasiado rápido para que ella pudiera registrarla. La alegre canción también desapareció. Cuando la archivista-astrónomo presentó su informe, la tildaron de charlatana y la despidieron. La pobre mujer se convirtió en mendicante en las calles de Manila, deshonrada, pero alimentando una esperanza tan respetable como un talismán. Desde las sombras de la ciudad, imploró a todo el que se cruzaba con ella por una pequeña moneda de tiempo, intercambiando vida por un pasaje de los libros de Zenón de Elea. Tras muchos años de insistencia, la circunstancia cambió a su favor y recaudó lo suficiente para pagar por los carteles de cámaras oscuras que cuelgan hoy en día en todas las galerías y museos.
Esto es lo que vio la archivista-astrónomo:
Dentro de la singularidad, el astronauta imposible no está muerto, está leyendo. Antes de llegar al último libro que leerá en su vida, hay otro libro que necesita ser leído. Entre ese penúltimo libro y el que tiene en la mano, hay otro libro, y otro, que exige su atención. De hecho, entre el astronauta y la Muerte hay una serie inacabable de libros sin principio ni fin.
El astronauta y la archivista-astrónomo caída en desgracia descubrieron uno de los mayores secretos del universo: que quienes se sumergen sin cesar en los libros nunca mueren. Leen por siempre.
© Victor Fernando R. Ocampo | Del libro de relatos The Infinite Library and Other Stories, traducido del inglés por Salvador Luis Raggio Miranda

Victor Fernando R. Ocampo | Filipinas, 1969
Ha publicado en inglés las colecciones de cuento The Infinite Library and Other Stories (2017) y Here Be Dragons (2015), libro que obtuvo el Premio Romeo Forbes de Cuento Infantil en 2012. También ha sido incluido en revistas como Apex Magazine y en numerosas antologías internacionales, especialmente en el Sudeste Asiático.
Foto: Archivo
Foto de encabezado: Julien Tromeur
