Alguna vez se han preguntado ¿por qué las personas se tardan tanto en el cajero automático?
Carlos, desde el primer momento que tuvo la oportunidad de utilizarlo, se lo preguntaba siempre.
Le molestaba hacer esas largas filas los días de pago y sentir que pasaba horas sin lograr avanzar.
Incluso, una vez tuvo que esperar quince minutos para que una persona dejara libre el cajero.
Carlos no se lograba explicar cómo era posible que alguien utilizara tanto tiempo el dichoso aparato. Aunque se tuviera que hacer más de una transacción, el procedimiento era sencillo.
Colocar la tarjeta, introducir la clave, seleccionar la opción retiro, indicar la cantidad, esperar a que el cajero dé el dinero y listo. ¡Fácil y sencillo!
Pero no, la realidad era totalmente diferente.
Un día, Carlos decidió que era mejor preguntar directamente en el banco a qué se podría deber que las personas utilizaran por tanto tiempo la máquina expendedora de dinero.
Al entrar se sorprendió que no tuviera que esperar turno para ser atendido en servicio al cliente.
Tras la ventanilla se encontraba una señorita vistiendo el uniforme del banco. En su carné de identificación se observaba el nombre y fotografía de la joven muchacha, la cual, tras un breve saludo, le preguntó en qué podía ayudarle.
En un par de minutos Carlos se desahogó con la señorita. Le comentó su desesperación por tener que perder su tiempo cada vez que deseaba utilizar el cajero y que creía que era deber del banco el capacitar a las personas para que pudieran utilizar mejor la máquina.
La joven lo escuchó sin interrumpirlo. Meditó por algunos segundos y decidió que él era un buen candidato para formar parte del grupo exclusivo de usuarios del cajero.
La muchacha de servicio al cliente le explicó que el banco escoge a algunos usuarios para darles nuevos beneficios al momento de utilizar el cajero y que consideraba que por todas las molestias causadas él debía empezar a utilizar este nuevo privilegio.
Con gran sorpresa y sin comprender muy bien a lo que se refería la joven, aceptó una hoja en la cual se encontraban las instrucciones para el nuevo uso que podría darle al cajero y la contraseña especial, la cual era intransferible, para esta llamativa versión.
Carlos salió del banco y vio la información confuso.
Leyó detenidamente el papel que le habían entregado. No sabía si creer en lo que le habían dicho. ¿Qué tal si era una broma? Solo había una forma de demostrarlo.
Se dirigió al cajero más cercano, de preferencia, al que no tuviera fila de espera. Al estar frente al aparato siguió paso a paso las instrucciones que le habían entregado:
- Inserte su tarjeta.
- Ingrese su nuevo PIN.
- Seleccione la opción beneficio especial.
- Disfrute.
Al terminar el paso tres una nueva ventana se abrió para Carlos. Un listado de juegos se desplegaba ante él, desde el más antiguo al más moderno. Revisó todo el listado, hasta que sus ojos vieron el título Pac-Man ’94. Emocionado, empezó a jugar y continuó así hasta que se percató de que ya habían pasado veinte minutos.
Seleccionó la opción guardar, vio que la pantalla del cajero regresó a la normalidad y se retiró de él sin voltear a ver a nadie.
No se percató de que atrás de él se encontraba un muchacho molesto por haber esperado veinte minutos para utilizar la dichosa máquina, sin comprender por qué Carlos se había tardado tanto para hacer una simple transacción.
© Olga de Paz | Relato inédito

Olga de Paz | Guatemala
Nació en Amatitlán y es maestra de lengua y literatura. Ha publicado el libro de relatos Asuntos pendientes y otras realidades (2023). Sus cuentos han sido recopilados en revistas como Lluvia púrpura y Mimeógrafo. También ha formado parte de las antologías Lienzo de fuegos, Ovejas Negras, Cuentos latinoamericanos y Voces emergentes.
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